
Que en el texto de la Biblia hay aparentes contradicciones, relatos duplicados o triplicados, anacronismos, etc., eso ni es nuevo ni tampoco puede suscitar nada distinto a un interés por aprender a leerla. Es preciso reconocer que la Iglesia tardó mucho tiempo en promover la lectura activa y seria de la Biblia entre los feligreses (ver el discurso de Juan Pablo II de 23 de abril de 1993 con ocasión de la presentación del documento «La Interpretación de la Biblia en la Iglesia»), pero esos tiempos ya pasaron, aunque muchos no se han dado cuenta; por ejemplo, la Constitución Dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II advertía en 1965:
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