Omnipresencia de Dios y existencia del mal

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No hay manera de hablar de omnipresencia de Dios y al tiempo dejar de hablar de la existencia del mal. ¿Por qué existe el mal si Dios se supone bueno? Hablemos de esto. Citas de la Biblia de la Biblia Latinoamericana.

¿Cómo es que está Dios en todas partes? ¿Significa que cada uno de nosotros está «dentro» de Dios? Y si Dios está en todas partes, ¿cómo es que en el mal hay ausencia de Dios? Hay muchos malentendidos, muchos de ellos porque nos han enseñado mal la fe. Por ejemplo, eso de creer que somos hijos de Dios sin importar lo que hagamos es una de las explicaciones del mal, pues este se vuelve irrelevante; vea mi video sobre el tema «No somos hijos de Dios tan fácilmente». En el mismo orden de ideas, tampoco tenemos claro qué es paz y dejamos que esa palabra se use como comodín hasta para promover la tiranía (ver mi video «El uso de las palabras: Paz»). La ignorancia, voluntaria o no, es suelo fecundo de todas las desgracias, como advierto en mi libro «La tragedia de la sociedad sin criterio». Sentado lo anterior, entremos en materia.

Ciertamente, cada uno de nosotros no es físicamente una parte de Dios, por cuanto Dios no es divisible (o no sería Dios pues goza del atributo de la unidad, ni tampoco somos Dios sino creaturas suyas imperfectas pero libres). Si yo pateo una piedra, claramento no estoy pateando a Dios ni a un fragmento de El. Existimos dentro de la creación, obra de Dios, sin que seamos partes de El, pues su infinitud no se mide físicamente; pensar a Dios en términos de medidas humanas es querer someterlo a nuestro entendimiento. Pero ocurre que Dios sí está en todas partes, aunque en un sentido distinto. Para empezar Dios está en todas partes como presencia de conocimiento. Dijo Jesús:

«No hay nada escondido que no deba ser descubierto, ni nada tan secreto que no llegue a conocerse y salir a la luz.» (Lucas 8, 17)

Y agrega en otra parte:

«Por el contrario, todo lo que hayan dicho en la oscuridad será oído a la luz del día, y lo que hayan dicho al oído en las habitaciones será proclamado desde las azoteas.» (Lucas 12, 3)

Significa que Dios ve todo. Ello se resume en el siguiente versículo:

«Y me dije a mí mismo: «Ante él están las obras de cada uno, y nada escapa a su mirada.» (Sirácides 39, 19)

Dice el salmista:

«¿A dónde iré lejos de tu espíritu,
a dónde huiré lejos de tu rostro?
Si escalo los cielos, tú allí estás,
si me acuesto entre los muertos,
allí también estás.
Si le pido las alas a la aurora
para irme a la otra orilla del mar,
también allá tu mano me conduce
y me tiene tomado tu derecha.
Sí digo entonces:
«¡Que me oculten, al menos, las tinieblas
y la luz se haga noche sobre mí!»
Mas para ti ni son oscuras las tinieblas
y la noche es luminosa como el día.» (Salmo 139, 7-12)

Pero nosotros no estamos aparte de nuestro Creador, en algún espacio diferente. No es que Dios «esté allá» y «nosotros acá», así no seamos partes físicas de Dios, sino que Dios actúa en nosotros. Así, de otra forma, Dios está en todas partes. Como dice la Biblia:

«Dispuso armoniosamente las obras maestras de su sabiduría, tales como han sido siempre y lo serán; no ha recurrido a ningún consejero; nada podría añadírseles o quitárseles. ¡Qué hermosas son todas sus obras¡; qué encanto contemplar hasta la más pequeña chispa! Todo eso vive y dura para siempre, todo obedece en todo momento. Todas las cosas van de a par, una enfrentando a la otra; el Señor no ha hecho nada imperfecto. Una destaca a la otra: ¿quién se cansará de contemplar su gloria?» (Sir 42, 21-25)

En ese sentido, Dios sí está en nosotros, pero como fuerza que nos mueve hacia El. Y así mismo Dios se comunica con toda la creación en cuanto perfección reconocible. Dios está en todas las cosas en cuenta ellas son efectos de su voluntad, como el quemarse es efecto del fuego (como diría Santo Tomás). Por eso a Dios se le llama «…el Señor de todas las cosas…» (Ester 13, 11).

«Todo lo que se puede conocer de Dios lo tienen ante sus ojos, pues Dios se lo manifestó. Lo que Él es y que no podemos ver ha pasado a ser visible gracias a la creación del universo, y por sus obras captamos algo de su eternidad, de su poder y de su divinidad.» (Rm 1, 19-20)

En el caso de nosotros, hechos a imagen y semejanza del Altísimo (Éxodo 1, 26), hay además un movimiento hacia Dios, como explica Pablo:

«En realidad no está lejos de cada uno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como dijeron algunos poetas suyos: «Somos también del linaje de Dios.» (Hc 17, 28)

Y agrega Pablo:

«Pues Dios es el que produce en ustedes tanto el querer como el actuar para agradarle.» (Fil 2, 13)

Pero lo anterior no elimina la libertad de los seres que tienen voluntad, y cada cual es dueño de su destino. «Delante de los hombres están la vida y la muerte, a cada uno se le dará lo que ha elegido.» (Sirácides 15, 17) La libertad no es solo de los seres humanos, también es libre la naturaleza. Un desastre natural, es natural.

No envidie a los malvados, que cada quien cosecha lo que siembra.

«No tengas envidia de los violentos, no imites su comportamiento; porque Yavé tiene horror de la gente sin conciencia, pues su amistad es para con los justos.» (Proverbios 3:31-32)

Muchos se divierten pensando en que, no importa lo que hagan, Dios no les aplicará corrección. Es simplemente que todos tenemos tiempo de corregir nuestro camino.

«No digas: “¡Nadie me lo impedirá!” El Señor puede castigarte. No digas: “¡Pequé y no me pasó nada!” El Señor se toma todo su tiempo.» (Sirácides 5:3-4)

Tenemos la fuerza para lo correcto, es un error desaprovecharlo.

«Y Dios es el que nos da fuerza, a nosotros y a ustedes, para Cristo; él nos ha ungido y nos ha marcado con su propio sello al depositar en nosotros los primeros dones del Espíritu.» (2 Corintios 1, 21-22)

La muerte está en rechazar las fuerzas que Dios ha puesto en nosotros:

«Y Dios es el que nos da fuerza, a nosotros y a ustedes, para Cristo; él nos ha ungido y nos ha marcado con su propio sello al depositar en nosotros los primeros dones del Espíritu.» (2 Corintios 1, 21-22)

Justamente, en el caso de los demonios, aunque su naturaleza proviene de Dios, su perdición tiene origen en su libre y errada elección. Los demonios, por causa de su absoluta maldad, han arrancado de su ser todo vestigio de la fuerza de Dios que nos mueve al bien, de modo que ya en ellos no hay presencia de Dios sino ausencia.

«La Escritura habla de un pecado de estos ángeles (2 P 2,4). Esta «caída» consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino.» (Catecismo 392)

Finalmente, Dios no es quien nos prueba. Somos nosotros quienes caemos en pruebas por nuestra propia conducta pues vivimos en un mundo donde la libertad funciona.

«Que nadie diga en el momento de la prueba: “Dios me quiere echar abajo.” Porque Dios está a salvo de todo mal y tampoco quiere echar abajo a ninguno. Cada uno es tentado por su propia codicia, que lo arrastra y lo seduce; la codicia concibe y da a luz el pecado; el pecado crece y, al final, engendra la muerte.» (Santiago 1:13-15)

Distinto es que Dios busque que todo lo que nos suceda, al final resulte de algún provecho, para nosotros o para alguien que nos rodeo y que, en silencio, aprende con lo que nos pasa.

«También sabemos que Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman, a quienes él ha escogido y llamado.» (Romanos 8:28)

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