Los dones, los frutos y los carismas del Espíritu Santo

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En corto:

– los dones del Espíritu Santo son los regalos espirituales que todos tenemos disponibles para crecer en el amor a Dios y en la unidad con el resto de la comunidad. Tenemos que orar y estar dispuestos, como la tierra en la parábola de la semilla (Mt 13, 1-23).

– los frutos son el resultado de la maduración de los dones. De hecho, son el termómetro de nuestra vida cristiana. Con ellos sabemos en qué «nivel» estamos. Así, por ejemplo, si uno odia, es evidente que no está en buenos pasos.

– los carismas, son regalos del Espíritu Santo que se dan de diferente manera y a quien quiere, para beneficio de la comunidad. Por eso no todo el mundo tiene el don de lengfuas o el de sanación. Quien tiene uno de estos dones no debe ir a montar una «iglesia» y llenarse de dinero, sino ponerlos al servicio desinteresado de los demás, como hicieron Pedro y Pablo, entre otros tantos.

Los dones del Espíritu Santo sostienen la vida moral del cristiano. Los frutos son perfecciones que va formando en nosotros el Espíritu Santo.

Tanto los dones como los frutos están al alcance de todos, a diferencia de los carismas, como el «don de los milagros», los cuales son poderes extraordinarios que se entregan a algunos para bien de la comunidad (» La manifestación del Espíritu que a cada uno se le da es para provecho común» dice Pablo en 1 Co 12, 7).

Los dones del Espíritu Santo son sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. De los dones dice el libro del profeta Isaías en el pasaje que anuncia la venida del Salvador:

Una rama saldrá del tronco de Jesé, un brote surgirá de sus raíces. Sobre él reposará el Espíritu de Yavé, espíritu de sabiduría e inteligencia espíritu de prudencia y valentía, espíritu para conocer a Yavé y para respetarlo, y para gobernar según sus preceptos. (Is 11, 1-2)

Nos dice la Iglesia:

«Las palabras pronunciadas por Cristo resucitado « el primer día de la semana », ponen especialmente de relieve la presencia del Paráclito consolador, como el que « convence al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio ». En efecto, sólo tomadas así se explican las palabras que Jesús pone en relación directa con el « don » del Espíritu Santo a los apóstoles. Jesús dice: « Recibid el Espíritu Santo: A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos ». Jesús confiere a los apóstoles el poder de perdonar los pecados, para que lo transmitan a sus sucesores en la Iglesia. Sin embargo, este poder concedido a los hombres presupone e implica la acción salvífica del Espíritu Santo. Convirtiéndose en « luz de los corazones », es decir de las conciencias, el Espíritu Santo « convence en lo referente al pecado », o sea hace conocer al hombre su mal y, al mismo tiempo, lo orienta hacia el bien. Merced a la multiplicidad de sus dones por lo que es invocado como el portador « de los siete dones », todo tipo de pecado del hombre puede ser vencido por el poder salvífico de Dios. En realidad —como dice San Buenaventura— « en virtud de los siete dones del Espíritu Santo todos los males han sido destruidos y todos los bienes han sido producidos ».» (Carta Encíclica «Dominum et Vivificantem»)

Los frutos del Espíritu Santo son aquellos de los cuales se ocupa Pablo en la Carta a los Gálatas:

«En cambio, el fruto del Espíritu es caridad, alegría, paz, comprensión de los demás, generosidad, bondad, fidelidad,  mansedumbre y dominio de sí mismo. Estas son cosas que no condena ninguna Ley.» (Gálatas 5, 22-23)

Enseña la Iglesia:

«La experiencia de la historia muestra que la Iglesia vive la pasión y la cruz indisolublemente unida a su Señor resucitado, iluminada y confortada por la presencia que él mismo le garantizó todos los días, hasta el fin del mundo (cf. Mt 28, 20). El mismo Señor, en cuyo cuerpo glorioso permanecen los signos de los clavos y de la lanza (cf. Jn 20, 20. 27), es quien asocia a sus amigos a sus sufrimientos, para conformarlos luego a su gloria. Esta fue, en primer lugar, la experiencia de los Apóstoles, a quienes los creyentes en su peregrinación hacen constante referencia. Su ministerio de comunión y evangelización gozó de la misma fecundidad que el de Cristo: la fecundidad del grano de trigo que, como recuerda el evangelista san Juan, produce mucho fruto si muere en la tierra y por morir en la tierra (cf. Jn 12, 24). 3. Signo por excelencia de esa fecundidad pascual son los frutos del Espíritu, ante todo «amor, alegría y paz» (Ga 5, 22), que caracterizan, aun en la diversidad de estilos y de carismas, el testimonio de los santos de toda época y de toda nación. Incluso en la prueba, en las situaciones más dramáticas, nada ni nadie puede quitar al que vive unido a Cristo la certeza de su amor (cf. Rm 8, 37-39) y la alegría de ser y sentirse uno con él.» («Discurso del Santo Padre Juan Pablo II a los obispos amigos del movimiento de los focolares»)

Lee el Catecismo, números 1830 a 1832.

Sobre los carismas enseña Pablo:

«La manifestación del Espíritu que a cada uno se le da es para provecho común. A uno se le da, por el Espíritu, palabra de sabiduría; a otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu;  a otro, el don de la fe, por el Espíritu; a otro, el don de hacer curaciones, por el único Espíritu; a otro, poder de hacer milagros; a otro, profecía; a otro, reconocimiento de lo que viene del bueno o del mal espíritu; a otro, hablar en lenguas; a otro, interpretar lo que se dijo en lenguas. Y todo esto es obra del mismo y único Espíritu, que da a cada uno como quiere.» (1 Corintios 12, 7-11)

Es un texto clarísimo que debería ser la guía obligada de todo cristiano para el uso de los carismas.

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