
Que en el texto de la Biblia hay aparentes contradicciones, relatos duplicados o triplicados, anacronismos, etc., eso ni es nuevo ni tampoco puede suscitar nada distinto a un interés por aprender a leerla. Es preciso reconocer que la Iglesia tardó mucho tiempo en promover la lectura activa y seria de la Biblia entre los feligreses (ver el discurso de Juan Pablo II de 23 de abril de 1993 con ocasión de la presentación del documento «La Interpretación de la Biblia en la Iglesia»), pero esos tiempos ya pasaron, aunque muchos no se han dado cuenta; por ejemplo, la Constitución Dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II advertía en 1965:
«12. (…) Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a «los géneros literarios». Puesto que la verdad se propone y se expresa de maneras diversas en los textos de diverso género: histórico, profético, poético o en otros géneros literarios. Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el hagiógrafo en cada circunstancia según la condición de su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios usados en su época. Pues para entender rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay que atender cuidadosamente tanto a las formas nativas usadas de pensar, de hablar o de narrar vigentes en los tiempos del hagiógrafo, como a las que en aquella época solían usarse en el trato mutuo de los hombres.» [ hagiógrafo es sinónimo de autor de la Biblia]
¿Cómo entender esto? O más bien, ¿cómo tener una idea de qué debe tenerse en cuenta para aprender a leer la Biblia? Para una breve reflexión que proporcione luces sobre la posible respuesta, vamos a recordar la sexta estrofa del Himno Nacional de Colombia:
«Centauros indomables
Descienden a los llanos
Y empieza a presentirse
De la epopeya el fin»
Nadie puede tomar esta letra literalmente, puesto que es imposible que sea un relato fidedigno de lo que sea que haya ocurrido (¿alguien ha visto «centauros indomables»?), tampoco alguien puede calificar la estrofa de «fábula histórica» por el hecho de mencionar seres que no existen, como son los centauros, visto que es una forma de contar algo cierto pero bajo licencia poética (el descenso de los llaneros desde los Andes en la guerra de independencia), o que la califique de «mitologización de origen griego» por la mención de esos seres mitad cuadrúpedo mitad hombre, pues aunque la imagen es de origen mítico el resultado no es el «transplante» de un mito a nuestra historia. Eso seguramente nos parece claro a la mayoría de nosotros, siempre que seamos colombianos y conozcamos el contexto de esa estrofa escrita hace más de un siglo, y por ello meditamos en el himno nacional bajo esas consideraciones u otras similares, o tal vez no, porque alguien ya demandó una vez ante la Corte Constitucional la letra del himno nacional justamente por «mitologizaciones» y otras presuntas deficiencias de orden similar (esa es la materia de la sentencia C-469 de 1997), sin embargo, entendemos que fue una situación absolutamente excepcional. Pero en el caso de la Biblia, un libro que se terminó de escribir hace casi dos mil años, el malentendido es la regla y no la excepción. Diariamente hay ataques de todos los calibres, tergiversaciones, simplificaciones, en fin, la mayoría producto de la ignorancia.
Es cierto que en la Biblia hay imágenes procedentes de mitos, mas no transplante de ellos desde la cultura donde originalmente estaban, por lo cual su interpretación debe ajustarse a nuevos marcos; igualmente se acusa a la Biblia de contener fábulas históricas cuando lo cierto es que estamos ante relatos escritos conforme se acostumbraba en esas lejanas épocas; algunos insisten en que la Biblia contiene tratados científicos, siendo que se trata de relatos de contenido teológico (como ocurre con los relatos de la creación, o más bien de la «historia de los orígenes», según se denomina hoy), se habla de «leyes bárbaras» o calificativos similares, siendo que para todas las leyes en la Biblia (de distintas clases, por cierto) hay muchos elementos que considerar, como contextos culturales que tener en cuenta (como en Ex 21, 33-34, evidentemente una regla para la época en que se había abandonado el nomadismo), simples prácticas de cuidado (como la ley de Dt 22, 8) o de sentido común (como Ex 22, 5) pero, sobretodo, tradiciones que deben entenderse y que cubren muchos siglos (más de mil años separan los textos más antiguos de la Biblia de los más recientes); se habla también de contradicciones siendo que la Biblia debe comprenderse como un todo, donde lo textual en bruto no prima sobre el mensaje y esas contradicciones tienen explicación desde la exégesis o la hermenéutica, sin olvidar que como obra plasmada por manos humanas se colaron errores humanos, y la lista podría continuar. La Biblia debe leerse en clave teológica, o de lo contrario su esencia se pierde.
Leer la Biblia no es fácil. Hay que aprender a hacerlo. En la Segunda Carta de San Pedro se alerta sobre los peligros de no leer correctamente la Biblia, partiendo de una reflexión respecto de las cartas de San Pablo, a las cuales comienza refiriéndose:
«Hay en ellas algunos puntos difíciles de entender, que los ignorantes y poco firmes en la fe interpretan torcidamente para su propio daño, como hacen también con las demás Escrituras. » (2 Pedro 3, 15-16)
Cuando la gente, cristiana o anticristiana, pregunta por el lugar de los dinosaurios en la Creación (usualmente están pensando en el primer relato de la creación, dejando de lado que hay dos, bien diferentes el uno del otro), les pasa lo mismo que los saduceos en Mt 12, 23-32, a quienes Jesús les dice:
«…“Ustedes andan muy equivocados. Ustedes no entienden ni las Escrituras ni el poder de Dios»» (Mt 22, 29)
Ello porque le hicieron una pregunta asumiendo que la vida futura de quienes resucitan es igual a la actual, siendo que las Escrituras no dicen eso. En el mismo orden de ideas, es bueno saber que tampoco la Biblia contiene un tratado científico sobre la creación.
También está el problema de leer únicamente una parte de la Biblia, sin contextualizarla. Un caso clásico es el de la parábola del hijo pródigo (o del padre misericordioso, como se le llama más apropiadamente, Lc 15, 11-32), muy utilizada para justificar la alcahuetería de papás o mamás respecto de hijos o hijas calaveras, siendo que el hijo que en la parábola regresa lo hace arrepentido de verdad y con un corazón nuevo (ver un comentario a esa parábola aquí). Esto muestra no solamente la falta de lectura atenta, pues la parábola debe leerse junto con la de la oveja perdida y aquella de la mujer que pierde una moneda, sino la falta de preparación para hacerlo, puesto que es claro que el mensaje central del evangelio es el Reino de Dios, noción bastante compleja que incluye la necesidad de conversión real del pecador. Este tipo de errores son frecuentes en los que atacan la Biblia, pues toman citas, las contextualizan como les da la gana, y luego triunfantes alegan haber descubierto errores graves.
En el caso del Antiguo Testamento, los malentendidos son innumerables. Pocas personas son concientes del estado actual de los estudios bíblicos. ¿Cuántos enemigos del cristianismo, o cristianos presuntamente fervientes, se han detenido a leer acerca del verdadero transfondo histórico del Antiguo Testamento? Detrás del Antiguo Testamento hay historia, pero contada desde una perspectiva cultural, política o teológica, e incluso hay lo que expertos llaman «palabras de hombre» (como la invitación a la violencia en el Salmo 137), como recuerda el dr. José Luis Sicre en su «Introducción al Antiguo Testamento». En la época en que se escribieron esos relatos, la historia no tenía desarrollo como ciencia, de modo que nada raro tiene la forma como son presentadas las cosas, incluso a veces bajo verdadera propaganda política orientada a asustar a los pueblos vecinos, además, las historias se escribieron mucho después de los hechos que pretenden narrar y bajo contextos especiales, tal como es fácil entender al estudiar las complejas historias deutoromista o la del cronista, ambas paralelas, lo cual desde luego no excusa de tratar de conocer la historia de Israel según lo que se sabe actualmente.
Pero ahí no paran las dificultades, puesto que interpretar un texto bíblico no es sencillamente leerlo, hay que tener en cuenta la enorme diversidad de significados, y eso dejando de lado que no estamos leyendo textos escritos en nuestro idioma ni por personas que necesariamente pensaban como nosotros asumimos (créanlo o no, aún hoy hay quienes pueden suponer que el Nuevo Testamento fue escrito en inglés o en español, según donde vivan). Dice por ejemplo el especialista de Sociedades Bíblicas Unidas, Daniel C. Arichea, Jr, comentando las dificultades para los traductores del Antiguo Testamento:
«…¿cómo se traduciría entonces un texto del AT, ya sea que se encuentre dentro de esa porción de las Escrituras o aparezca citado en un libro del NT?
Para responder a esta pregunta es necesario considerar en qué nivel de significado estamos interesados cuando traducimos un texto del AT. Ello se debe a que la formación del AT incluye varias etapas, cada una de las cuales representa un nivel de significado. Podemos hablar, por ejemplo, de los siguientes niveles de significado cuando nos enfrentamos a un texto del AT:
– el significado propuesto por las fuentes (que algunas veces puede ser descubierto, pero en otras ocasiones es imposible de recuperar)
– el significado propuesto por los redactores y editores
– el significado propuesto por el editor final el significado propuesto (discernido) por la comunidad de creyentes cuando aceptaron ese texto como Escritura el significado propuesto por el canon en su conjunto el significado propuesto por los autores del NT – el significado propuesto por los intérpretes modernos dentro de las modernas comunidades de fe» (artículo «Algunas cuestiones de traducción en el Antiguo Testamento» )
Ni hablar del problema de la unidad que forman el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, un reto desde los primeros tiempos del cristianismo. Sobre ello ha dicho la Pontificia Comisión Bíblica:
«La cuestión que se plantea es la siguiente: ¿Qué relaciones establece la Biblia cristiana entre los cristianos y el pueblo judío? A esta pregunta, la respuesta general es clara: la Biblia cristiana establece múltiples y muy estrechas relaciones entre los cristianos y el pueblo judío. Por una doble razón: primeramente, porque la Biblia cristiana se compone en su mayor parte de las » Sagradas Escrituras » (Rom 1,2) del pueblo judío, que los cristianos llaman » Antiguo Testamento «; en segundo lugar, porque la Biblia cristiana comprende a su vez un conjunto de escritos que, al expresar la fe en Cristo Jesús, la ponen en relación estrecha con las Sagradas Escrituras del pueblo judío. Este segundo bloque, como se sabe, es llamado » Nuevo Testamento «, expresión correlativa a la de » Antiguo Testamento «. La existencia de relaciones estrechas es innegable. Un examen más preciso de los textos revela sin embargo que no se trata de relaciones demasiado simples; al contrario, presentan una gran complejidad, que va del acuerdo perfecto sobre ciertos puntos a una fuerte tensión sobre otros. Resulta pues necesario un estudio atento. » («EL PUEBLO JUDÍO Y SUS ESCRITURAS SAGRADAS EN LA BIBLIA CRISTIANA» de la Pontificia Comisión Bíblica)
En cuanto a los textos mismos, siempre requieren un trabajo de lectura cuidadoso y fundado, si de veras se quiere comprenderlos con alguna corrección. Explica el padre Alberto Parra en su Teología Fundamental:
«…por texto hemos de entender, no tanto la materialidad de un escrito sino un campo hermenéutico determinado y objetivo, al cual un intérprete situado se abre para percibir tanto los horizontes dados, como sus propios horizontes situados y existenciales…» (PARRA, Alberto. Textos, contextos y pretextos : teología fundamental, Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Teología, Colección teología hoy ; 44, 2003, p. 11)»
Es por ello que existen muchos métodos científicos para el estudio de la Biblia (histórico-crítico, diversas formas de análisis literario, etc.), sin embargo,
«Ningún método científico para el estudio de la Biblia está en condiciones de corresponder a toda la riqueza de los textos bíblicos. Cualquiera que sea su validez, el método histórico-crítico no puede bastar. Deja forzosamente en la sombra numerosos aspectos de los escritos que estudia. No es de admirarse, pues, si actualmente se proponen otros métodos y acercamientos para profundizar tal o cual aspecto digno de atención. » (LA INTERPRETACIÓN DE LA BIBLIA EN LA IGLESIA , Pontificia Comisión Bíblica)
Como se ve, tomar uno o más textos aislados y lanzar un ataque a la Biblia o una interpretación acomodada es lo más fácil del mundo, puesto que no requiere reflexión seria alguna.
En materia de crítica literaria, es preciso tener clara la distinción entre la lectura sincrónica,o sea leer el texto tal como está actualmente en nuestras biblias, y la diacrónica, o sea teniendo en cuenta las etapas de formación del mismo. Ocurre que en muchos libros de la Biblia se reconocen diferentes manos en distintas épocas, antes de llegar al texto de muchos de ellos que nos ha llegado. Por ejemplo si el lector se toma el trabajo de leer Dt 26, 5-10, y sin entrar en algunas particularidades relacionadas con la traducción, es bueno que sepa que la profesión de fe inicialmente era: «Mi padre era un arameo errante. Y ahora vengo a ofrecer los primeros productos de la tierra que tú, Yavé, me has dado»; lo demás se añadió con posterioridad.
Por todo lo anterior la misma Biblia aconseja obtener guía adecuada (Hechos 8, 28-40), y da el motivo:
«Sépanlo bien: ninguna profecía de la Escritura puede ser interpretada por cuenta propia, pues ninguna profecía ha venido por iniciativa humana, sino que los hombres de Dios han hablado movidos por el Espíritu Santo. » (2 Pedro 1, 20-21)
Debería quedar claro que la guía utilizada no puede ser cualquiera. El mundo está lleno de «guías ciegos», que solamente sirven para complicar más las cosas. Como dijo Jesús, «… si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo» (Mt 15, 14). Y ni hablar de esos que hablan con mucha seguridad de la Biblia, como presuntos maestros, siendo que «…en realidad no entienden lo que dicen ni de lo que hablan con tanta seguridad. » (1 Timoteo 1, 7).
No resta sino advertir que el muy breve resumen que presento no corresponde exclusivamente a la visión católica, sino también a la no católica. Quien actualmente pase por una buena universidad para estudiar la Biblia, se encontrará leyendo obras tanto de expertos católicos (Brown, Scholkel, Fitzmyer, etc.) como no católicos (Wellhausen, von Rad, Jeremias, etc.), y se encontrará a profundidad con los elementos que se han comentado..