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Los proabortistas quisieran que la Biblia no condenara el aborto, pero la realidad es otra. Entre los textos relevantes, vale la pena detenerse en uno que refleja explícitamente que Dios crea un ser humano desde la concepción: el salmo 139, cuyo versículo 16 merece especial atención.
Para empezar, lea completo el salmo 139. Luego concéntrese en el verso 16. Aunque no nos ocuparemos de analizar cada expresión del versículo, nos centraremos en su sustancia. El texto es el siguiente:
«Tus ojos veían todos mis días, todos ya estaban escritos en tu libro y contados antes que existiera uno de ellos.»
Esa es la traducción de la Biblia Latinoamericana. Sin embargo, se pierde algo muy importante: en el original en hebreo, lo que ven (ra’ah) los ojos de Dios es algo especial, designado con la palabra «golem», un término que no aparece en ninguna otra parte del Antiguo Testamento. El principio del versículo 16 del salmo 139 fue traducido por la Vulgata en el siglo IV así: «inperfectum meum viderunt oculi tui…» lo que es más próximo al sentido original. Justamente, en la primera versión de la Biblia conocida más tarde como Reina Valera, impresa en 1569 y llamada «la Biblia del Oso» porque en la portada está un oso, se lee «Mi imperfecion vieron tus ojos» (Casiodoro de Reina 1569. Biblia del Oso, Sociedades Bíblicas Unidas. 2003), y una nota aclara que se refiere a «La materia de q fué formado antes q tuuiesse forma alguna de hombre» (ibid). Análogamente, en la versión King James de la Biblia, que data de 1611, se lee «Thine eyes did see my substance, yet being unperfect…» (The Holy Bible : King James Version. 1995 . Logos Research Systems, Inc.: Oak Harbor, WA).
En el hebreo actual «golem» tiene una connotación desafortunada de torpe o estúpido, pero en hebreo bíblico el sentido es otro; tal como se sugirió más atrás, es de una riqueza enorme, y tiene que ver con «ser en formación», y no cualquier ser, sino uno humano, aspecto que con el tiempo, muchísimo después de los tiempos bíblicos, jugaron corrientes mágicas de pensamiento judío para crear en el folclore de esa cultura la figura del golem, un ser creado desde materia inanimada destinado a servir a quienes lo «crearon». El desaparecido escritor argentino Jorge Luis Borges recogió la leyenda -y sus diversos matices- en un poema del mismo título que, utilizando un episodio legendario de un rabino de Praga del siglo XVI, el más famoso sobre creación de un golem, resalta el aspecto más relevante del término: la creación de vida como patrimonio exclusivo de Dios. Pero esas leyendas, hay que advertirlo, no tienen nada de piedad cristiana, todas se concentran en la creencia cabalista de que podía hallarse la manera de imitar a Dios a partir del estudio de las cifras «ocultas» en las palabras hebreas de la Biblia.
Visto lo anterior, el término «golem» del verso 16 del salmo 139, que no es de fácil traducción pero sí de clarísimo sentido tal como se acaba de exponer, merece otra redacción, como la que trae la Biblia de Jerusalén:
«Mi embrión tus ojos lo veían; en tu libro están inscritos todos los días que han sido señalados, sin que aún exista uno solo de ellos.»
Lo de «embrión» no es forzado, ni mucho menos. La Biblia Reina Valera en su versión de 1909 ya incluye esa palabra. En modernos diccionarios de hebreo bíblico, uno encuentra que «golem» se puede traducir también por «feto». La sustancia a que se refiere el texto sin lugar a dudas es imperfecta físicamente, pero YA ES, incluso ya está escrita su vida desde entonces.
También conviene tratar de captar el sentido de la afirmación de que los ojos de Dios «veían» ese ser humano en formación, imperfecto físicamente si se quiere pero pleno espiritualmente; aquí sería bueno leer todo el Salmo 139 de nuevo, para reflexionar sobre el hecho de que el autor señala cómo estamos con Dios y ante Dios desde la concepción, y que el Señor nos ve. Pero, ¿De qué habla la Biblia cuando en el verso 16 del salmo 139 nos dice que Dios está «viendo» el embrión?
A diferencia de «golem», el término hebreo que designa la acción de «ver» en ese versículo del salmo 139 (ra’ah) aparece muchas veces en el Antiguo Testamento (más de mil trescientas veces, de las cuales casi novecientas veces se emplea en el sentido de «ver»). Es relevante saber que Dios no nos «ve» de cualquier manera, como un simple espectador, sino que no le es indiferente lo que nos ocurra. Esto es evidente, por ejemplo, en Exodo 3, 7, cuando Dios le dice a Moisés que «ha visto» (ra’ah) el sufrimiento del pueblo en Egipto: «Yavé dijo: «He visto la humillación de mi pueblo en Egipto, y he escuchado sus gritos cuando lo maltrataban sus mayordomos. Yo conozco sus sufrimientos…» O sea que ese «ver» es signo de atención amorosa, de cuidado paterno, de conocimiento pleno, de relación especial entre quien «ve» y quien «es visto»; precisamente, en el mismo salmo 139 que venimos comentando hay tres versículos atinentes a tal hecho: los versos 3 («Ya esté caminando o en la cama me escudriñas, eres testigo de todos mis pasos»), 7 («¿A dónde iré lejos de tu espíritu, a dónde huiré lejos de tu rostro?») y, como ya sabemos, 16. Además, ese «ver» no es el «ver» del hombre; Dios «ve» al ser humano en toda su dimensión, en toda su «imagen y semejanza», tal como consta en el primer libro de Samuel, capítulo 16 versículo 7, pasaje que pertenece a la narración de la consagración de David por Samuel, en la parte donde dice «Porque Dios no ve las cosas como los hombres: el hombre se fija en las apariencias pero Dios ve el corazón». Adivinen cuál es el término utilizado en este pasaje de 1 Samuel para aludir al «ver» de Dios cuando se trata de sus elegidos: ra’ah.
El ser en formación es un ser humano desde el principio de quien Dios está pendiente como Padre; ese ser es «imagen y semejanza» de Dios, como todos nosotros, por eso -como relata el versículo 16 del salmo 139- ya está registrado en el libro (separ) de la vida, donde se anotan las cosas de grandes y pequeños para la rendición de cuentas en la vida eterna (Malaquías 3, 16; Salmo 69, 28, entre muchos textos). Relata el Apocalipsis:
«Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante el trono, mientras eran abiertos unos libros. Luego fue abierto otro, el libro de la vida. Entonces fueron juzgados los muertos de acuerdo con lo que está escrito en esos libros, es decir, cada uno según sus obras.» (Ap 20, 12; ver también Ap 21, 27)
La denominación «libro de la vida» se explica porque allí se anotan los vivos, al estilo de los libros donde se listaban los habitantes de una ciudad, ¿o a quién más se le tienen en cuenta sus actos? Ser borrado del libro de la vida equivale a la muerte, en unos casos la terrena (como en Ex 32, 32) y en otros la eterna (Ap 3, 5).
Meditando lo dicho con anterioridad, ¿tienes dudas de que en el vientre de las mamás hay un ser vivo, como cualquiera de nosotros, desde el principio? Es imposible, si tienes Fe en Dios y lo respetas. Entonces, en lo sucesivo, cada vez que alguien hable de matar un niño en el vientre materno, repítele las palabras que el mismo Dios declara en otra parte de la Biblia acerca de los bebés en el vientre:
«Pero, ¿puede una mujer olvidarse del niño que cría, o dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues bien, aunque alguna lo olvidase, yo nunca me olvidaría de ti.» (Is 49, 15)
Amén.