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La parábola denominada «del hijo pródigo» (Lc 15, 11-31), a la cual actualmente se le denomina «el padre misericordioso», es una de las más claras muestras de lo difícil que es leer la Biblia sin guía. Tomada literalmente, y aislada de su contexto (o sea sin tener en cuenta Lc 15, 1-10), incluso es peligrosa, puesto que alguien podría tomarla como una invitación a la alcahuetería materna o paterna.
¿Significa esa popular parábola, por ejemplo, que los padres deben acoger a sus hijos calaveras, sin importar lo que hayan hecho y sin preguntas ni reclamos? En lo absoluto. En el evangelio de San Lucas, lo mismo que en los otros, Jesús es claro en exigir que se pongan en práctica sus palabras, y se queja justamente del hecho de que existan seres humanos que no lo hagan, y eso que le dicen «Señor»:
» ¿Por qué me llaman: ¡Señor! ¡Señor!, y no hacen lo que digo? » (Lc 6, 46)
La parábola debe entenderse teniendo presente que es utilizada por Jesús para intentar mover el corazón de quienes le critican por acoger a quienes la ley judía de entonces permitía llamar «pecadores» (categoría que incluía a prostitutas y personas con defectos físicos, es decir, tal denominación no corresponde con la actual). Quienes le criticaban eran fariseos y maestros de la ley, quienes al parecer cumplían al pie de la letra los mandatos del Antiguo Testamento sobre cómo comportarse (asistencia puntual al templo, atención al menor detalle de los rituales, etc.), pero en cuyo corazón no estaba precisamente.el mandato del amor que proclamaba Jesús, ni trataban de acercarse a Dios dejando que obrara en su interior, como una semilla que crece vonviéndose una planta prodigiosa (leer «El Reino de Dios…» en este site). Así, ¿cuál es en definitiva el mensaje de la parábola del hijo pródigo?
Recordemos el escenario:
«Los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharle. Por esto los fariseos y los maestros de la Ley lo criticaban entre sí: “Este hombre da buena acogida a los pecadores y come con ellos.”» (Lc 15, 1-2)
Ante eso, Jesús narra primero la parábola de la oveja perdida (Lc 15, 3-7), para ilustrar a fariseos y maestros de la ley, quienes creían no merecer reproche de conducta alguno, respecto del contraste entre un pecador que quiere convertirse y 99 que no creen necesitarlo. No sobra llamar la atención acerca del hecho de que Jesús use un ejemplo de pastores, sabiendo que este oficio era considerado impuro entre los judíos (eso debió molestar a los fariseos y los maestros de la ley). El remate de esta parábola es absolutamente explícito:
«Yo les digo que de igual modo habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que vuelve a Dios que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse.» (Lc 15, 7)
Es una advertencia respecto de aquellos que creen que no necesitan convertirse. Jesús les dirá más adelante, en el mismo evangelio:
«“Ustedes aparentan ser gente perfecta, pero Dios conoce los corazones, y lo que los hombres tienen por grande lo aborrece Dios.» (Lc 16, 15)
Luego Jesús les presenta la parábola de mujer que pierde una de las diez monedas que tiene (Lc 15, 8-10), la cual termina mostrando la alegría en el cielo por la conversión de un pecador:
«De igual manera, yo se lo digo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte.» (Lc 15, 10)
Otra vez Nuestro Señor quiere hacerlos reflexionar sacudiéndolos en sus convicciones, puesto que en esa época no se enseñaba a las mujeres, pero utiliza una como ejemplo para que ellos aprendan.
Finalmente viene la parábola del hijo pródigo, la historia de un hijo que dilapida la herencia paterna y, después de pasar la más terrible humillación para un judío (cuidar cerdos) y soportar física hambre, regresa donde su padre con el corazón arrepentido, y se encuentra con que el padre lo estaba esperando con los brazos abiertos (algo extraordinario en ese ambiente cultural, en el cual se suponía que el padre esperaría que el hijo cayera a sus pies suplicando perdón). La fiesta que sigue representa la fiesta en los cielos que hay por la conversión de un pecador, así que no se trató simplemente de que el padre acogió a su hijo que se portó mal y se iba a refugiar en la casa paterna sin querer cambiar de vida, por el contrario, se trató de mostrar a fariseos y maestros de la ley (representados por el hermano mayor, muy cumplidor de sus deberes pero tal vez con un corazón con problemas) el valor de la conversión de fondo y la reacción de Dios ante la misma. Algunos capítulos más atrás, en el mismo evangelio de San Lucas, y en una situación bastante parecida, Jesús ya había advertido que su principal tarea era invitar a la conversión a los dispuestos a seguirlo, ya que los que se consideraban «justos» no tenían interés en ello. Ocurrió que un cobrador de impuestos decidió seguir a Jesús y luego atiendió a Nuestro Señor con un gran banquete, ante lo cual fariseos y maestros de la Ley se sorprendieron:
«»Al ver esto, los fariseos y los maestros de la Ley que eran amigos suyos expresaban su descontento en medio de los discípulos de Jesús: “¿Cómo es que ustedes comen y beben con los cobradores de impuestos y con personas malas?” Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: “No son las personas sanas las que necesitan médico, sino las enfermas. No he venido para llamar a los buenos, sino para invitar a los pecadores a que se arrepientan.”» (Lc 5, 30-32)
La situación es la misma, y también la respuesta. Pensemos en esto cada vez que meditemos la parábola del hijo pródigo, y aprendamos verdaderamente de ella, en especial porque el pecado es la muerte, y Jesús es la vida (Jn 11, 25). Por eso termina la parábola con estas palabras del padre del hijo pródigo al hermano mayor de este:
«… había que hacer fiesta y alegrarse, puesto que tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado.” » (Lc 16, 32)
Ese hijo ha vuelto a la vida o, para decirlo en el lenguaje de Jesús en el evangelio de San Juan, ha renacido. Así se lo manifestó a Nicodemo:
» …“En verdad te digo que nadie puede ver el Reino de Dios si no nace de nuevo desde arriba.”» (Jn 3, 3; ver también Mt 18, 3)
Ese es un hombre nuevo del que habla San Pablo:
«Se les pidió despojarse del hombre viejo al que sus pasiones van destruyendo, pues así fue su conducta anterior, y renovarse por el espíritu desde dentro. Revístanse, pues, del hombre nuevo, el hombre según Dios que él crea en la verdadera justicia y santidad.» (Efesios 4, 22-24)